Mesa redonda: La construcción semiótica de la historia

HISTORIA Y PRODUCCIÓN SEMIÓTICA INSTITUCIONAL

Antonio CARO ALMELA

Universidad Complutense de Madrid

antcaro@ono.com

 

1. PREMISAS PARA UNA SEMIÓTICA RENOVADA

La presente ponencia, que se enmarca dentro del proyecto de semiótica renovada que vengo preconizando desde hace tiempo (Caro 1999, 2000a, 2000b, 2008), parte de las siguientes premisas, que a su vez se concretan en las citas que se exponen a continuación:

Premisa 1:

«El problema que la semiótica debe estudiar es el de los sistemas y procesos de significación. […] no se puede, como se creía, descomponer el lenguaje en unidades semióticas mínimas y recomponerlas después y atribuir su significado al texto del que forman parte. […] En cambio, podemos crear universos de sentido particulares para reconstruir en su interior unas organizaciones específicas de sentido, de funcionamientos de significado […]» (Fabbri 2000 [1998]: 36 y 41).

Y son, de acuerdo con Fabbri, estos universos de sentido particulares, tal como éstos funcionan en el marco de específicos sistemas y procesos de significación, y no unas «unidades semióticas mínimas», que sólo resultan aislables en el marco de determinados lenguajes y que están en el origen del predominio del enfoque lingüístico dentro de la investigación semiótica, los que deben constituir el objeto de la semiótica renovada que aquí se defiende.

Premisa 2:

«Entiendo por “semiótica” como disciplina un conjunto de conceptos y operaciones destinado a explicar cómo y por qué un determinado fenómeno adquiere, en una determinada sociedad y en un determinado momento histórico de tal sociedad, una determinada significación y cuál sea ésta, cómo se la comunica y cuáles son sus posibilidades de transformación» (Magariños 2008: 22).

Y así, de acuerdo con Magariños, el objetivo de la semiótica renovada hacia la que apuntan estas líneas son las significaciones que rigen en una determinada sociedad y en un determinado momento histórico de tal sociedad, lo que proporciona una dimensión histórica a la investigación semiótica que, por lo demás, y como indica Magariños, en la medida que está destinada a explicar esas significaciones, está a su vez incidiendo en sus posibilidades de transformación.

Premisa 3:

«Todo lo que se nos presenta en el mundo social-histórico está indisociablemente impregnado de simbolismo. […] Una determinada organización de la economía, un sistema jurídico, un poder instituido o una religión existen socialmente como sistemas simbólicos sancionados. Su tarea consiste en ensamblar símbolos (significantes) a significados (representaciones, órdenes, exhortaciones o incitaciones a hacer o no hacer algo, consecuencias: significaciones en el sentido más amplio del término) y en hacerlos desear en cuanto tales, convirtiéndolos en mayor o menor medida obligatorios para la sociedad o el grupo de que se trate» (Castoriadis 1975: 162)

«Las “relaciones sociales reales” están instituidas en la totalidad de los casos, no porque cuenten con un revestimiento jurídico […], sino porque han sido planteadas como modos de hacer universales, simbolizados y sancionados. Esto es especialmente válido en lo que se refiere a las “infraestructuras”, las relaciones de producción. La relación dueño-esclavo, señor-siervo, proletario-capitalista, asalariados-burocracia es ya una institución y no puede surgir como relación social sin instituirse a su vez [curs. orig.]» (ibid.: 173).

«Este elemento, que proporciona a la funcionalidad de cada sistema institucional su orientación específica, que sobredetermina las opciones y las conexiones de las redes simbólicas, que es creación de cada época histórica y su modo específico de vivir y de plantear su propia existencia, su mundo y sus relaciones con el mundo, ese estructurante originario, ese significado-significante central, fuente de lo que se considera en cada ocasión como sentido indiscutible e indiscutido, […] no es otra cosa que el imaginario de la sociedad o de la época de que se trate [curs. orig.]» (ibid.: 203).[1]

Y así, de acuerdo con Castoriadis, en la base de cualquier sociedad y de lo que dentro de la misma se entiende por «relaciones sociales reales» existe un proceso de institución social que se plasma en los «sistemas simbólicos» o significaciones instituidas que rigen en su seno y cuyo conjunto constituye el imaginario que es propio de esa sociedad específica.

Ahora bien, uniendo las tres premisas anteriores, llegamos a la siguiente conclusión: si, como dice Fabbri, (1) la semiótica debe centrarse en los «sistemas y procesos de significación»; y si, como añade Magariños, (2) el objetivo de la semiótica es estudiar cómo se produce, se comunica y se transforma una determinada significación referida a un específico fenómeno tal como éste tiene lugar en una determinada sociedad; y si, como señala finalmente Castoriadis, (3) las relaciones sociales se encuentran en todos los casos instituidas mediante «sistemas simbólicos sancionados» cuya naturaleza semiótica él mismo se encarga de enfatizar, los cuales a su vez se integran en el imaginario social que rige en una determinada sociedad y que funciona como «significado-significante central, fuente de lo que se considera en cada ocasión indiscutible e indiscutido», de todo ello se desprende que el objeto de esa semiótica renovada a la que aquí se propende deberá consistir en:

 investigar –esto es, hacer aflorar a la luz pública– las significaciones sociales instituidas tal como éstas constituyen el resultado de una específica producción semiótica institucional y cuya obligatoriedad proviene de esos «sistemas simbólicos sancionados» de que habla Castoriadis; significaciones éstas cuyo conjunto conforma el imaginario social que rige en una determinada sociedad y con ello la idea de realidad que existe en el seno de la misma, y que, en cuanto son por definición instituidas y sancionadas, remiten a la escisión radical que preside, más allá de cualquier apariencia en sentido contrario, la sociedad de que se trate entre una minoría dominante-instituyente, que instituye ese imaginario social como forma de preservar y naturalizar su dominio y sanciona su cumplimiento mediante el correspondiente sistema simbólico, y una gran mayoría dominada-instituida, cuyo único modo posible de existir en sociedad consiste en la adhesión (emocional y/o intelectual) a ese imaginario y a través de la cual practica, seguramente sin saberlo, su acatamiento a aquella minoría dominante-instituyente.

Objeto éste de una investigación semiótica renovada que, en caso de adquirir carta de naturaleza, contribuirá a dotar a dicha investigación de una pertinencia social de la que hoy en buena medida carece –lo que la inclina con frecuencia hacia el metalenguaje y el formalismo–, a la vez de estimular su contribución a las «posibilidades de transformación» de las que habla Magariños.

 

2. EL CONTEXTO DONDE SE PLANTEA UNA INVESTIGACIÓN SEMIÓTICA RENOVADA

De acuerdo con lo anterior, el proyecto de semiótica renovada al que esta ponencia trata de contribuir se plantea en el siguiente contexto:

1º Una escisión social, explícita o tácita, existente en la base de todas y cada una de las sociedades que se han sucedido a lo largo de la historia y que divide a sus miembros en dos sectores bien diferenciados (ya se trate de clases sociales, clanes, castas o de cualquier otra categoría discriminatoria): una minoría dominante-instituyente, que instituye el imaginario social vigente en dicha sociedad, y una gran mayoría dominada-instituida, cuyo ejercicio de la socialidad y su consiguiente integración social están directamente condicionados al acatamiento de dicho imaginario. (Dejando al margen los grupos sociales que puedan oscilar entre ambos sectores escindidos, así como la función de agentes que puedan ejercer determinados integrantes de la gran mayoría dominada-instituida al servicio del proceso de institución social practicado por la minoría dominante-instituyente.)

2º Una producción semiótica institucional que atraviesa el conjunto de la existencia cotidiana de todas y cada una de las sociedades que se han sucedido a lo largo de la historia, la cual se plasma en cada caso en una serie de significaciones convencionalizadas por cuyo intermedio la minoría dominante instituye  los códigos y normas que marcan el vivir social y la idea misma de realidad que todos los miembros de esa sociedad comparten, conformando en su conjunto el imaginario instituido característico de la misma, por cuya adhesión emocional y acatamiento intelectual la gran mayoría dominada-instituida practica su modo posible de estar en sociedad, que se decanta finalmente en términos de cohesión social.

3º Un sistema simbólico sancionador (ya se trate de normas de comportamiento sacralizadas por la autoridad de la Iglesia o de monopolización de la información colectiva por parte de los mass-media, por limitarnos a dos ejemplos) que funciona al servicio de aquella producción semiótica institucional y que garantiza la ligazón existente entre las significaciones vigentes en un determinado momento del vivir social y dicha producción semiótica: de modo que será la minoría dominante-instituyente la que normativice y ponga en circulación, a través de ese sistema simbólico, tales significaciones; las cuales pasarán así a formar parte de ese imaginario social instituido por cuya mediación aquella minoría ejerce y consagra su dominio.

Y así, es la mencionada producción semiótica institucional, en la medida que se plasma en el conjunto de las significaciones vigentes en un momento concreto del vivir de una determinada sociedad y cuyo alcance desborda la semiótica para integrarla en el proceso de institución que rige en la base de cualquier formación social, la que constituirá el objeto de esta investigación semiótica renovada que aquí se defiende.

 

3. DOS MODOS DE EJERCER LA PRODUCCIÓN SEMIÓTICA INSTITUCIONAL

Históricamente cabe distinguir entre dos modos como se ha ejercido la producción semiótica institucional en los términos antedichos:

Aquellas sociedades en las que el imaginario instituido se expresa en forma de verdad social. Sociedades éstas dotadas de un imaginario concéntrico, cuyo centro lo ocupa la “verdad social” instituida en cada caso (ya ésta se encarne en dios, la tribu, la modernidad, el progreso, la raza…) y dentro de las cuales la producción semiótica institucional gira de forma incesante en torno a ese centro; de modo que las significaciones convencionalizadas que resultan de dicha producción reproducen una y otra vez ese centro a diferentes niveles, en función de las diversas instancias en que transcurre la existencia cotidiana de los integrantes de esa sociedad; eliminando mediante el sistema simbólico sancionador las significaciones que puedan oponerse a aquéllas y sacralizando la cohesión y jerarquización sociales en virtud de la adhesión indiscriminada de los miembros de la colectividad a ese centro; adhesión que, por lo demás,  reviste diferentes matices en función del lugar que ocupa cada individuo dentro de la jerarquía social.

Aquellas otras sociedades en las que, en contraste con las primeras, el imaginario instituido no se expresa en forma de verdad social. Sociedades éstas, por consiguiente, carentes de centro, y en las que la producción semiótica institucional, ejercida en este caso a través de multitud de instancias en apariencia desvinculadas entre sí, se plasma en una miríada de significaciones todas ellas banales, provisionales e intercambiables, puesto que no confluyen en una “verdad social” que dé sentido al vivir individual y colectivo; de modo que la cohesión social funciona en tales condiciones en la medida que los integrantes de la sociedad de que se trate se van adhiriendo, de forma siempre provisional e incluso contradictoria, a tales significaciones triviales y hasta cierto punto insignificantes (véase Castoriadis 1996), las cuales se van sucediendo unas a otras en un incesante ritornello, hasta configurar un imaginario social por definición abierto, fluctuante y compartimentado, que flota en su propia evanescencia sin decantarse en términos de realidad[2], y en el que el acto de la institución –en virtud del cual la producción semiótica institucional se hace presente– predomina sobre el contenido de lo instituido; y en el que las “verdades parciales o sectoriales” que lo pueblan coexisten sin conflicto las unas junto a las otras, mientras que el rígido sistema simbólico sancionador que caracteriza a las sociedades del primer tipo se ha disuelto en una permisividad generalizada donde toda clase de comportamientos tienden a coexistir sin sanción los unos junto a los otros. Ahora bien, lo característico de estas sociedades descentradas es que, si bien carecen de verdad social, sin embargo en ellas sigue funcionando la producción semiótica institucional de la que depende la preservación de la radical escisión social que late en su seno (tal como sucede con relación a cualquiera de las formaciones sociales que se han sucedido a lo largo de la historia); con la diferencia que, mientras en las sociedades del primer tipo, esta escisión radical entre minoría dominante-instituyente y gran mayoría dominada-instituida era tan explícita como la propia verdad social que la naturalizaba y sacralizaba, en el caso de las sociedades de este segundo tipo dicha escisión social es a la vez invisible (porque no está encarnada en ningún grupo social específico que se proclame a sí mismo como minoría dominante e instituyente) y desnuda (porque no está guarecida bajo ninguna verdad social que naturalice y sacralice su dominio): inaugurando con ello un modo de ejercer el dominio y la institución social en el que la función se impone sobre el sujeto que la ejerce (véase, en otro contexto, Postone 2003). Y es la complejidad que así caracteriza a tales sociedades lo que obliga a diversificar con relación a las mismas el proyecto investigador aquí esbozado en una doble dirección, semiótica y sociológica:  1) semiótica, dirigida a desvelar la unicidad que existe bajo la multiplicidad en que se diversifica la producción semiótica institucional tal como ésta se prodiga en tales sociedades, ya que toda ella  tiene por objeto preservar la radical escisión –en este caso de carácter funcional– que existe en la base de las mismas y que hace que el vivir social consista para los componentes de la gran mayoría dominada-instituida en adherirse –en este caso de manera multiforme y siempre provisional– a algunas de las infinitas significaciones afloradas en el marco de esa producción semiótica institucional (de modo que la existencia individual en tales sociedades carentes de verdad social no varía sustancialmente de la que era característica dentro de las sociedades del primer tipo); y 2) sociológica, dirigida a desvelar la radical escisión –en este caso, más funcional que concretada en un grupo social específico– que sigue rigiendo en la base de estas sociedades, de modo que la armonización que con respecto a algunas de ellas se sostiene (por ejemplo, cuando la presente sociedad capitalista es escenificada como “sociedad de consumo”) sólo constituye un constructo que oculta dicha escisión radical: la cual se hace sin embargo presente por la simple constancia del funcionamiento en su seno de la citada producción semiótica institucional, cuyo objetivo no puede ser en ningún caso otro que el de reducir el vivir de la gran mayoría dominada-instituida a la adhesión a las significaciones convencionalizadas –por muy diversas que éstas sean– en que se plasma dicha producción institucional; y es este vivir alienado mediante esa adhesión a unas verdades provisionales e insignificantes que tratan de ocultar la falta de verdad social –y por consiguiente de proyecto colectivo– que caracteriza a estas sociedades la mejor prueba de la existencia de esa escisión radical en la base de las mismas, que en las condiciones que les son propias se hace invisible  porque no se encarna en ningún grupo social específico; pero cuya invisibilidad es a la vez prueba de su desnudez: de modo que es precisamente en el caso de estas sociedades carentes de verdad social donde, frente a las apariencias en sentido contrario, dicha escisión radical se hace más explícita y por consiguiente más accesible a la conciencia. Pero en la medida que estas conclusiones desbordan con mucho los límites del presente trabajo, lo que interesa por el momento destacar es que es esa doble investigación, semiótica y sociológica, así como la permeabilidad que existe entre ambas, lo que permite medir el alcance de esta investigación semiótica renovada que aquí se defiende: investigación ésta de carácter sociosemiótico en el seno de la cual la producción semiótica institucional que constituye su objeto específico conecta directamente con la escisión social radical que existe en la base de todas y cada una de las sociedades que se han sucedido en la historia (con independencia de que esa producción institucional se plasme en forma de verdad social o en carencia de la misma). Lo cual implicará proporcionar un nuevo impulso a una sociosemiótica que, al margen de sus delineamientos iniciales (véase, por ejemplo, Hodge & Kress 1988 y Van Leeuwen 2005), aún aguarda su emergencia definitiva.

Pues bien, dejando por el momento al margen esta última cuestión[3], conviene señalar que, si al primer modo de ejercer la producción semiótica institucional a que nos hemos referido en esta sección pertenecen la práctica totalidad de las formaciones sociales que se han sucedido a lo largo de la historia (sociedades éstas en las que la que escisión social radical que  latía en su seno –ya se planteara en términos de casta, de clase social, de tribu o de clan, etc.– estaba blindada por una verdad social de algún tipo, al margen del contenido de la misma: dios, patria, raza, progreso, modernidad…), al segundo modo pertenecen de manera excepcional aquellas sociedades limítrofes entre dos formaciones sociales dotadas cada una de ellas de su propia “verdad social” o en las que se plasmaba la decadencia de una de ellas. Mientras que el paradigma de esa sociedad descentrada, carente de “verdad social” correspondiente al segundo tipo y en la que la escisión social que rige en su seno se hace, como hemos comentado, a la vez invisible y desnuda, lo constituye, obviamente, la presente sociedad capitalista (tal como ésta se plantea en el marco de lo que he denominado en otro lugar «capitalismo del signo/mercancía»: Caro 2009b).

 

4. LA PERTINENCIA DE UNA INVESTIGACIÓN SEMIÓTICA RENOVADA CON RELACIÓN A LAS PRESENTES SOCIEDADES COMPLEJAS

De este modo se delinea cuál es el objetivo de esta investigación semiótica renovada que aquí se esboza.

En el caso de las sociedades pertenecientes al primer tipo que hemos analizado en la sección anterior, el objetivo de dicha investigación debe ser esclarecer en cada caso cómo las significaciones vigentes en una determinada formación social remiten a ese significado-significante central que, como señala Castoriadis, existe en la base del imaginario social instituido. Investigación ésta, si se quiere, previsible y carente por ello de creatividad en sí misma; pues basta, para ejercerla, con medir en cada caso la distancia existente entre la significación de que se trate y ese centro semiótico en virtud del cual la sociedad se instituye en torno a una verdad social de cualquier tipo.

Ahora bien, es en el caso de las actuales sociedades complejas carentes de verdad social pertenecientes al segundo tipo donde esta investigación semiótica renovada adquiere toda su pertinencia y puede poner en juego toda su creatividad transformadora: pues el objetivo de dicha investigación consiste, como ya hemos indicado, en dicho caso, y en lo que concierne específicamente a la vigente sociedad capitalista, en desvelar el hilo conductor que conecta tantas significaciones provisionales, aleatorias y rayanas en la insignificancia que pueblan el imaginario social instituido con el carácter necesariamente monolítico de la producción semiótica institucional de la que aquéllas constituyen sus manifestaciones; poniendo de este modo de relieve cómo la multiplicidad de las instancias que participan en ese ejercicio de institución social se aglutinan unas junto a otras y cómo la diversidad siempre recomenzada de aquellas significaciones se ensambla un ejercicio único de institución social cuya peculiaridad proviene de que no trasciende dicha diversidad, sino que persevera en la misma sin decantarse en una “verdad social” de cuyo acatamiento dependa el ejercicio de la propia socialidad y el funcionamiento de la escisión radical que rige en base de esa sociedad. Sociedad, por consiguiente, definitoriamente abierta, incapaz de decantarse en un diseño acabado de cualquier tipo, pero cuya abertura constituye en su caso el mecanismo ideado para mantener el dominio social en unas condiciones en las que se han abolido los mecanismos en que se plasma el dominio social. Sociedad, por consiguiente, sin ideología, pero que ha hecho del mero “estar” en sociedad un mecanismo ideológico. Y la provisionalidad que así resulta denota la potencialidad transformadora que late en el fondo de una sociedad de semejante tipo y que, como señala Magariños, debe desvelar la investigación semiótica.

Y es esta investigación semiótica creativa y transformadora la que corresponde a esta investigación semiótica renovada todavía por desarrollar que aquí se defiende y de la que las presentes líneas pretenden constituir una especie de esbozo avant la lettre.

                                                                         Madrid, 23 de octubre de 2009.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Caro, Antonio (1999): «La publicidad como sistema complejo y su incidencia en una semiótica productiva». Ponencia leída en el VII Congreso Internacional de la Asociaciación Internacional de Estudios Semióticos (AISS/IAS), Dresde, octubre 1999.

Caro, Antonio (2000a): «El operativo semiolingüístico publicitario y su incidencia en la noción de semiótica». En A. Sánchez Trigueros et al. (eds.): Miradas y voces de fin de siglo. Actas del VIII Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica. Granada: Asociación Española de Semiótica / Grupo Editorial Universitario, Granada, tomo I, 301-309.

Caro, Antonio (2000b): «Hacia una concepción de la semiótica desvinculada de las categorías lingüísticas». Comunicación leída en el IX Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica (AES), Valencia, nov./dic. 2000.

Caro, Antonio (2008): «Bases para una semiótica como instrumento de intervención social». Seminario de posgrado impartido en la Facultad de Letras de la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste, Argentina), 24 a 27 de noviembre.

Caro, Antonio (2009a): Ritos postmodernos: más allá de lo sagrado y lo profano. En J. E. Finol, A. Mosquera e Í. García de Molero: Semióticas del rito. Maracaibo: Universidad del Zulia – Asociación Venezolana de Semiótica, Colección de Semiótica Latinoamericana, nº 6, 15-33.

Caro, Antonio, ed. (2009b): De la mercancía al signo/mercancía. El capitalismo en la era del hiperconsumismo y del desquiciamiento financiero. Madrid: Editorial Complutense.

Castoriadis, Cornelius (1975): L’institution imaginaire de la société. París: Gallimard.

Castoriadis, Cornelius (1996): El ascenso de la insignificancia. Madrid: Cátedra, 1998.

Fabbri, Paolo (1998): El giro semiótico. Barcelona, Gedisa, 2000.

Hodge, Robert & Kress, Gunther (1988): Social Semiotics. Cambridge (RU): Polity Press.

Magariños de Morentin, Juan (2008): La semiótica de los bordes. Apuntes de metodología semiótica. Córdoba (Argentina): Comunicarte.

Postone, Moishe (2003): Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx. Madrid: Marcial Pons, 2006.

Van Leeuwen, Theo (2005): Introducing Social Semiotics. Londres y Nueva York: Routledge.

 


 

[1] Traducciones del autor.

[2] De ahí el término imaginario imaginarizado que el autor ha utilizado con relación a este tipo de sociedades en sus cursos de doctorado impartidos, entre 1997 y 2008, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid con los títulos “Publicidad audiovisual e imaginario social”, “Cine y publicidad como instrumentos conformadores del imaginario social contemporáneo” y “Cine, publicidad e imaginario social”

[3] Podemos apuntar no obstante, como anticipo a una investigación mucho más pormenorizada a emprender en su día, que, como sostengo en otro lugar (Caro 2009a) el desenlace de una sociedad descentrada como lo es la presente sociedad capitalista no ha de consistir en ningún caso en el retorno a un tipo de sociedad cuyo imaginario se plasma en términos de verdad social, sino que la desnudez y la invisibilidad de las relaciones reales que rigen en el seno de esa sociedad en los términos indicados constituyen probablemente el mejor caldo de cultivo para la emergencia de una sociedad de nuevo cuño carente de imaginario social –y por consiguiente de relaciones de dominación– en línea con las sociedades “autónomas y autoinstituyentes” de las que habla Castoriadis (1998).